11 de septiembre de 2015

Tu identidad

Soy un chico de 17 años y nací en un pequeño pueblo pesquero de Bizkaia. Como tal, crecí en un ambiente cultural vasco y es lo que conocí hasta hace relativamente poco. En mi familia el euskera es algo habitual, es el idioma que hablamos entre nosotros y es raro que se escuche el castellano si no es para alguna que otra palabrota. Toda mi educación fue en euskera, aprendí la cultura vasca más que la española –es normal, vivo en Euskal Herria, es mi cultura-. También aprendí la historia de Euskal Herria y de los euskaldunes. ¿Sabéis que nuestros orígenes son inciertos y que son anteriores a la época romana? ¿Sabéis que el euskera es más antiguo que el latín? Son datos a tener en cuenta, son datos que pueden hacer entender que somos algo raro, que nuestra identidad es distinta a la española, a la castellana, porque tenemos más de dos milenios de historia como pueblo.

Hace un par de años mi padre recibió la oferta de una gran multinacional en Madrid, después de años luchando por sacar adelante su familia, trabajando duro y teniendo que hacer viajes de una hora en coche cada mañana para ir a Bilbao a trabajar, le llegó esa gran oferta. Era una mejor para toda la familia, tendríamos más dinero, por lo que no sufriríamos para llegar a fin de mes, un piso mejor, un coche mejor, mejor conexión a internet… Pero, aun así, nos resistíamos a irnos. Nos dolía tener que dejar atrás nuestro pueblo, nuestras raíces y nuestros amigos para irnos a un lugar que siempre nos habían dicho que era hostil para nosotros.

Así llegamos con nuestros ocho apellidos vascos a la capital del estado. Allí todo era grande y bullicioso. Mucha gente por todas partes, agobio… No había mar. Me sentí fuera de mi lugar desde el primer momento. Yo estaba allí, un muchacho vasco de 15 años viviendo en la capital de España. Y tenía que ser español para que la gente no cuchicheara sobre mí. Incluso así, me costó mucho hacer amigos en el instituto. La gente comentaba mi nombre, mi impronunciable (para ellos) apellido, se reían… Incluso llegué a escuchar un “puto etarra”. ¡A mí! ¡Un chaval de 15 años que lo más cerca que ha estado de un arma es cuando la policía paró a mi padre para hacer un control de alcoholemia!

En fin. Me aislé. Es lo último que debería haber hecho, lo sé, pero no podía hacer otra cosa, no me encontraba seguro con mis compañeros de clase y lo único que quería hacer es estar solo en mi esquinita del patio. Tuve suerte, si es que se le puede llamar así. No era el único con el que se metían. Había otros marginados en la escuela y terminamos juntándonos. Era un grupo curioso; Un vasco, una catalana, una marroquí, un colombiano y una chica trans.

Ahí me encontré a gusto, sabía que ellos me comprendían y me hacían sentir seguros. Ellos eran mi mundo y yo era parte del mundo de ellos. Eso me hacía feliz. Había tardado más de medio año, pero por fin me sentía feliz en un lugar que no era el mío y fue gracias a la gente. La gente que respetaba. La gente que no discriminaba por etiquetas. La gente que no discriminaba por tu origen. La gente que respeta tu identidad.

Y en mi mundo yo creía que estaba seguro. Pensaba que era parte de la pirámide alimenticia de la masa social de los institutos. Siempre estaban los abusones y los marginados y a en esta ocasión me había tocado la parte mala. Pero en mi pequeño mundo pensaba que eso era lo normal, que al final eso eran cosas de críos y que en el mundo real eso no iba a ocurrir.

No podía estar más equivocado.

Por suerte o por desgracia soy un gran aficionado a los deportes, me gusta practicarlos y verlos. Tengo camisetas de varios equipos de distintos deportes y, entre ellas, la camiseta de la selección de Euskadi. Una inocente camiseta. Una inofensiva prenda de vestir.

La semana pasada cumplió un año de aquello, seguramente la experiencia más difícil de mi vida. Mi amiga, la catalana, y yo caminábamos tranquilamente por la Gran Vía. Habíamos comprado algo en el Starbucks y después habíamos decidido dar un paseo. Desde Callao llegamos a Plaza España y ahí decidimos ir a pasar el rato junto al Templo de Debod. Un camino habitual, nada raro.

Durante el camino me había fijado en miradas, gente que se giraba al ver mi camiseta y ponía malas caras o al menos cara de extrañeza. No le había dado más importancia, era sólo una camiseta.

Llegamos junto al templo de Debod y decidimos ir hacia una zona menos concurrida y, simplemente, tumbarnos en el suelo y pasar el rato juntos. No era la primera vez que lo hacíamos. Yo disfruto mucho de su compañía y ella de la mía. Hablábamos de cosas, decía que alguna vez tendríamos que ir juntos a Euskadi, a Catalunya, ir con el resto de la cuadrilla a viajar y descubrir sitios nuevos. También hablábamos de series, películas, deportes... ¡De cualquier cosa! Como dos buenos amigos.

Llevábamos un rato ahí cuando lo escuchamos. Puto vasco. Lo ignoré, pensé que era lo mejor. Eh, vasco de mierda, escúchame cuando te hablo. Una vez más decidí pasar de él, aunque mi corazón empezaba a latir rápido, me empezaba a poner nervioso. Miré a mi amiga, no quería que le pasase nada, por lo que hice intención de levantarme, pero cuando quise hacerlo ya lo tenía sobre mí.

Si estás pensando en un hombre joven de cabeza rapada, no podrías estar más equivocado. Era un hombre normal, tendría algo más de 30 años, tenía las entradas típicas de su edad, pantalón vaquero y una camiseta normal. Me agarró del cuello de mi camiseta y tiró de mí para levantarme. Ahí escuché el primer rasguido del tejido, aunque mayor fue el que sentí en mi interior.

No sabía qué hacer. Había crecido en un ambiente en el que el respeto era lo máximo y me encontraba en una situación en la que no sabía cómo reaccionar. Levanté la mirada para mirarle a los ojos, ¿qué le pasaba?

- ¿Qué te crees, puto vasco? ¿Qué haces con esa mierda de camiseta en España? - escupió y en cada palabra se notaba el asco. Tragué saliva y miré a mi amiga. Se había movido un poco para levantarse. Quería decirle que se marchase, pero mi voz me fallaba.

- Se... Señor, por favor... - dije en voz baja, no quería que me escuchase demasiado. Sabía que tenía un marcado acento vasco y eso era lo último que quería que se me notase en aquel momento. Estaba asustado, acojonado, pero no quería meterme en líos. El hombre me tiró al suelo, el dolor que sentí en la espalda no era nada comparado con el dolor que sentía dentro de mí, me sentía roto. Una persona adulta me estaba agrediendo simplemente por ser como era. Cuando volví a levantarme volvió a tirar de la camiseta, pero esta vez la rasgó. Así aprenderás, añadió. Y se fue.

El silencio se apoderó de nosotros. Estuvimos más de medio minuto sin movernos, sin decir nada. Tenía la camiseta rota de arriba a abajo, desde el cuello hasta casi la cintura. Estaba muy incómodo. Quería irme, pero a la vez me sentía inseguro por llevar esa camiseta. ¿Y si otra persona se decidía a venir y terminar lo que el otro había empezado? Noté una mano en mi hombro y al girarme la vi. Nos miramos a los ojos un solo instante y me abrazó. Sólo con esa mirada supo que es lo que necesitaba. Sus brazos volvieron a hacerme sentir seguro.

Me costó recuperarme de eso, fue muy jodido. A veces todavía miro hacia atrás por si acaso o ando pendiente cuando estoy relajándome en cualquier parque. No, ya no llevo ninguna camiseta deportiva. Ni siquiera me atrevo a llevar la de mi equipo favorito. Volví a buscar el apoyo en mis amigos, no me separo de ellos. Soy feliz, sí, pero ya nunca más me sentiré seguro en esta ciudad, este lugar que se supone que es parte de mi país, un país que no respeta mi identidad. No fue sólo aquel que me agredió, las miradas... Todo. Tener una identidad diferente al resto... Pero sé que alguna vez volveré a casa. Ese día por fin estaré bien. 

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Este post va dedicado a todo aquel que se haya sentido desplazado, insultado, vejado o al que le hayan faltado al respeto de cualquier forma por su identidad. Este relato habla de un chico vasco, pero poco habría que cambiar para adaptarlo a un catalán, a un homosexual o a un trans*. Esto va por todo aquel que sienta que la sociedad que debería ayudarle le deja a un lado. Por todos vosotros.

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