12 de octubre de 2016

El Fin del Camino

Caminaba por la casa nerviosa, sin poder para quieta. Había sabido de la noticia unos minutos atrás y estaba esperando señales de él. Al parecer diez habían conseguido escapar, aunque se suponía que era imposible hacerlo de aquella cárcel. Tampoco eran los primeros en hacerlo. Volvió a mirar por la ventana y de nuevo buscaba cualquier cosa que pudiese decir que ya venía. Pero nada. Ni siquiera le había enviado un mensaje. ¿Dónde coño te metes? Pensó de pura frustración. ¿Es que ya te has olvidado de mí? Negó con la cabeza con una sonrisa de suficiencia. No, ese no era el caso. Nadie se olvidaría de ella, ni siquiera él.

Pero entonces, ¿dónde se había metido? Chasqueó la lengua y caminó hacia la cocina. Esa cocina tan mundana con la que tuvo que lidiar en los últimos años. Todo va a cambiar, todo volverá a la normalidad, ya no tendré que esconderme. Se abrió una cerveza y se apoyó en la encimera pensativa. Bebió agarrando la botella, dejando que su larga cabellera oscura corriese por su espalda. Suspiró y se separó de la encimera, yendo hacia la puerta de salida de la casa.
- Buenos días, señorita Adams. - le saludó el anciano que vivía en la casa de al lado. Tenía unas visibles arrugas que denotaban su edad, pero había tenido la suerte de conservar una fuerte cabellera que, claramente, tintaba para que pareciese su antiguo pelo moreno. Hasta ese tono de pelo le recordaba a aquel que estaba esperando.

La chica bufó y le saludó con un gesto de cabeza, para acto seguido comenzar a caminar calle abajo. No sabía a dónde iba, ni siquiera sabía qué quería hacer, pero caminaba. Llegó hasta la plaza del pueblo. Los niños corrían y jugaban, reían. Las madres charlaban entre sí, cotilleando sobre lo que hacían otras madres. Tan simples sus vidas. Apretó los dientes tensando la mandíbula y dio media vuelta, volviendo a su casa. Estaba harta de toda esa gente con sus vidas de mierda.

Muchas veces le daba vueltas a la cabeza y pensaba en lo satisfactorio que sería hacer volar toda la barriada. Sería una forma de pasar una tarde entretenida.

La casa seguía silenciosa cuando volvió. Se preguntó si realmente esperaba otra cosa, no habían pasado ni diez minutos. Cerró la puerta de la calle con fuerza, ni siquiera sabía con quién estaba tan furiosa, y fue directamente a su habitación.

- Ya era hora de que aparecieses. - escuchó una voz, profunda, grave, peligrosa, desde su cama. - Llevo demasiado aquí esperando. - su cuerpo parecía más débil, los músculos que antes tenía habían desaparecido y su mirada estaba algo más apagada. Sin embargo, sólo el escuchar su voz y verle había conseguido que se le olvidase hasta respirar.
- Eres un gilipollas, Antonin Dolohov. - dijo lanzando contra él un jarrón que había sobre la cómoda de la habitación. Con un rápido movimiento de varita, Dolohov desvió el jarrón e hizo que se chocase contra la pared.
- Roxanne, ¿ese es el recibimiento que me das después de tanto tiempo? - negó con la cabeza y se puso de pie, acercándose a ella. - Pensé que tendrías más ganas de... - esa sonrisa que ella tanto recordaba apareció en el rostro del chico conforme se acercaba a ella. Por un lado, Roxanne quería golpearle y no parar, ¿por qué había tardado tanto? Por otro lado, esa sonrisa.
- Y yo pensaba que eras más sutil... - dijo ella poniendo un mechón de pelo tras su oreja. No se acercó a él, tampoco se alejó. Dejó que rodease la cintura con sus brazos, ella pasó los suyos por el cuello de él y empezó a acariciarle la nuca. - Tienes que cortarte el pelo. - Antonin rió
- El servicio de peluquería de Azkaban deja mucho que desear, créeme. - se pegó a ella mirándola a los ojos. Aquellos con los que soñaba cada noche, aquellos que veía cada vez que una de esas bestias se acercaba a él e intentaba quedarse con todo lo feliz que había tenido en su vida. Ya no volvería a aquel sitio.
- ¿Me vas a besar ya? - preguntó ella con impaciencia.
- Puede... - susurró a su oído antes de morderle el lóbulo de la oreja. La chica exhaló una fuerte bocanada de aire y una sonrisa se dibujó en sus labios. Antonin movió su rostro hasta dejarlo a pocos centímetros del de ella, con los labios casi rozándolos. Se miraron durante unos segundos que parecieron horas.
- Venga ya. - y, dicho esto, Roxanne besó a Antonin con la pasión de aquella persona que consigue algo que llevaba esperando una eternidad.

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