Caminaba por la casa nerviosa, sin poder para quieta. Había sabido de
la noticia unos minutos atrás y estaba esperando señales de él. Al parecer diez
habían conseguido escapar, aunque se suponía que era imposible hacerlo de
aquella cárcel. Tampoco eran los primeros en hacerlo. Volvió a mirar por la
ventana y de nuevo buscaba cualquier cosa que pudiese decir que ya venía. Pero
nada. Ni siquiera le había enviado un mensaje. ¿Dónde coño te metes? Pensó de pura frustración. ¿Es que ya te has olvidado de mí? Negó
con la cabeza con una sonrisa de suficiencia. No, ese no era el caso. Nadie se
olvidaría de ella, ni siquiera él.
Pero entonces, ¿dónde se había metido? Chasqueó la lengua y caminó
hacia la cocina. Esa cocina tan mundana
con la que tuvo que lidiar en los últimos años. Todo va a cambiar, todo volverá a la normalidad, ya no tendré que
esconderme. Se abrió una cerveza y se apoyó en la encimera pensativa. Bebió
agarrando la botella, dejando que su larga cabellera oscura corriese por su
espalda. Suspiró y se separó de la encimera, yendo hacia la puerta de salida de
la casa.
- Buenos días, señorita Adams. - le saludó el anciano que vivía en la
casa de al lado. Tenía unas visibles arrugas que denotaban su edad, pero había
tenido la suerte de conservar una fuerte cabellera que, claramente, tintaba
para que pareciese su antiguo pelo moreno. Hasta ese tono de pelo le recordaba
a aquel que estaba esperando.
La chica bufó y le saludó con un gesto de cabeza, para acto seguido
comenzar a caminar calle abajo. No sabía a dónde iba, ni siquiera sabía qué
quería hacer, pero caminaba. Llegó hasta la plaza del pueblo. Los niños corrían
y jugaban, reían. Las madres charlaban entre sí, cotilleando sobre lo que
hacían otras madres. Tan simples sus vidas. Apretó los dientes tensando la
mandíbula y dio media vuelta, volviendo a su casa. Estaba harta de toda esa
gente con sus vidas de mierda.
Muchas veces le daba vueltas a la cabeza y pensaba en lo satisfactorio
que sería hacer volar toda la barriada. Sería una forma de pasar una tarde
entretenida.
La casa seguía silenciosa cuando volvió. Se preguntó si realmente
esperaba otra cosa, no habían pasado ni diez minutos. Cerró la puerta de la
calle con fuerza, ni siquiera sabía con quién estaba tan furiosa, y fue
directamente a su habitación.
- Ya era hora de que aparecieses. - escuchó una voz, profunda, grave,
peligrosa, desde su cama. - Llevo demasiado aquí esperando. - su cuerpo parecía
más débil, los músculos que antes tenía habían desaparecido y su mirada estaba
algo más apagada. Sin embargo, sólo el escuchar su voz y verle había conseguido
que se le olvidase hasta respirar.
- Eres un gilipollas, Antonin
Dolohov. - dijo lanzando contra él un jarrón que había sobre la cómoda de
la habitación. Con un rápido movimiento de varita, Dolohov desvió el jarrón e
hizo que se chocase contra la pared.
- Roxanne, ¿ese es el recibimiento que me das después de tanto tiempo?
- negó con la cabeza y se puso de pie, acercándose a ella. - Pensé que tendrías
más ganas de... - esa sonrisa que
ella tanto recordaba apareció en el rostro del chico conforme se acercaba a
ella. Por un lado, Roxanne quería golpearle y no parar, ¿por qué había tardado
tanto? Por otro lado, esa sonrisa.
- Y yo pensaba que eras más sutil... - dijo ella poniendo un mechón de
pelo tras su oreja. No se acercó a él, tampoco se alejó. Dejó que rodease la
cintura con sus brazos, ella pasó los suyos por el cuello de él y empezó a
acariciarle la nuca. - Tienes que cortarte el pelo. - Antonin rió
- El servicio de peluquería de Azkaban deja mucho que desear, créeme.
- se pegó a ella mirándola a los ojos. Aquellos con los que soñaba cada noche,
aquellos que veía cada vez que una de esas bestias se acercaba a él e intentaba
quedarse con todo lo feliz que había tenido en su vida. Ya no volvería a aquel
sitio.
- ¿Me vas a besar ya? - preguntó ella con impaciencia.
- Puede... - susurró a su oído antes de morderle el lóbulo de la
oreja. La chica exhaló una fuerte bocanada de aire y una sonrisa se dibujó en
sus labios. Antonin movió su rostro hasta dejarlo a pocos centímetros del de
ella, con los labios casi rozándolos. Se miraron durante unos segundos que
parecieron horas.
- Venga ya. - y, dicho esto, Roxanne besó a Antonin con la pasión de
aquella persona que consigue algo que llevaba esperando una eternidad.