- No debes actuar, Severus,
tienes que mantenerte al margen. – le dijo Albus. Volvían a estar en el
despacho del director de Hogwarts hablando como años atrás, de nuevo el tema
era Lily Evans.
- Va tras ellos, Albus, los
matará… ¡Va a matarla! – contestó Severus con furia y dolor en su voz. Tragó
saliva reprimiendo las ganas de llorar. – Tiene que haber alguna forma, algún
modo de salvarla… Tiene que haberlo…
- Es tarde, Severus. Nadie
esperaba que él llegase a averiguar su paradero, no había razón para pensar que
Sirius traicionaría a sus mejores amigos. – El director puso una mano sobre el
hombro de Snape.
- No, pero… Es todo culpa mía, si
muere será mi culpa… Yo le hablé sobre la profecía y me escuchó. – El rostro de
Snape pareció iluminarse por una idea - ¿Y si yo fuese a hablar con él? Quizás
si le explico… Quizás me escuche otra vez.
- Lo único que conseguirás así es
que te mate, Severus, no podemos permitirnos perder a alguien como tú. Estás
haciendo un trabajo excelente. Estoy seguro de que no harás nada que nos ponga
en peligro, Severus, ella no querría que antepusieses su seguridad a la del
resto de gente. Ni a la tuya propia. – el gesto severo del director fue tajante
y Severus no pudo hacer otra cosa que darse la vuelta e irse del despacho. Pese
a que le gustaría salvarla sabía que el director tenía razón, no había forma de
hacer que el Señor Tenebroso cambiase de opinión. Iba a matarla a ella y a su
marido, iba a matar al crío. Si él intentase ponerse entre ellos, también
acabaría muerto.
Severus volvió a su despacho.
Estaba frustrado, quería hacer algo por ella, pero sabía que no podía hacer
nada. Pagó su frustración con algunos de los objetos que había en el despacho,
lanzándolos contra el suelo y haciéndolos añicos. Se sentó en la mesa y suspiró,
Lily Evans se iría para siempre.
El antebrazo izquierdo comenzó a
arderle. Se levantó la manga para ver cómo la marca parecía activa, sabía a
dónde tenía que ir, sabía lo que estaba ocurriendo. Volvió corriendo al
despacho de Dumbledore, tenía que avisarle… Seguro que él era capaz de pararle.
Ya no estaba, no obtuvo respuesta
cuando llamó a la puerta del despacho. Maldijo para sí mismo y se quedó con la
frente pegada a la puerta durante unos instantes. ¿A dónde había ido en un
momento como éste? Supuestamente tenía que proteger a los Potter, lo había
prometido, pero no estaba… Había preferido irse en un momento como éste.
La marca dejó de arder, lo que
significaba que todo había terminado. Snape no quería creérselo, tenía que
verlo con sus propios ojos. Sabía dónde estaba la casa, por lo que apareció
frente a ella. Estaba destrozada, la mitad del tejado ya no existía y el
ambiente olía a muerte. Se le formó un nudo en el estómago conforme se acercaba
a la puerta de aquella casa. Empujó la puerta, que estaba medio destrozada, y
vio el cadáver de James Potter sobre el suelo.
Avanzó a grandes zancadas por el
pasillo de la casa hasta que llegó a la habitación del niño. Antes incluso de
llegar vio el rojo pelo de la mujer sobre el suelo y las lágrimas escaparon sin
control de los ojos de Snape. No vio nada más, no pudo ver nada más, ni
siquiera vio que el niño aún seguía vivo, ni siquiera pensó en lo que eso
podría significar. Se agachó en el suelo y acarició el frío rostro de Lily
Evans, que descansaba sobre el suelo. ¿Por qué era todo tan injusto? ¿Por qué
tenía que morir alguien tan inocente y magnífico como Lily Evans? Y por su
culpa, dijeran lo que dijeran nadie le quitaría de la cabeza que era culpa suya
la muerte de Lily.
El sonido de una moto le sacó de
sus pensamientos. Era, sin ninguna duda, el sonido de la motocicleta voladora
de Sirius Black, el traidor. ¿Acaso volvía para cerciorarse de que todo había
ido bien y de que ahora los que, supuestamente, eran sus amigos estaban
muertos? Snape tuvo que reprimirse el matarle ahí mismo, no podía verle ahí,
por lo que se fue apareciendo de nuevo en Hogsmeade, junto a la entrada a
Hogwarts. Ahí le esperaba Dumbledore.
- ¿Dónde estabas? ¡Podrías
haberla salvado! – dijo señalándole con el dedo índice.
- No se podía hacer nada por
ellos, Severus, ¿es verdad que el niño está vivo? – preguntó.
- ¿Qué? No lo sé, no vi… - se
quedó pensativo y recordó escuchar un llanto, miró a Albus con los ojos
entrecerrados. - ¿Cómo es posible? – lanzó la pregunta al aire, no esperaba
respuesta.
- Tengo que irme – y antes de que
Snape pudiese decir nada, Albus ya había desaparecido.
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