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15 de septiembre de 2014

El Ataque

- No puede ser... - decía Scorpius mientras corría hacia su habitación. Sacó el cajón directamente y volcó todo el contenido sobre el suelo. No estaba. El papel no estaba. - Mierda, mierda, mierda. - repitió una y otra vez, lanzando el cajón al suelo. El rumor que había escuchado era verdad. Habían encontrado la casa de los Weasley. La casa de Ron y Hermione. La casa de Rose. Se tiró al suelo, sentándose con la espalda apoyada en su cama y escondiendo la cabeza entre sus piernas. Era su papel. El papel que Rose le había confiado. Sólo con ese papel podía saberse la localización exacta de la casa y le había dicho expresamente que no lo abriese hasta que fuese a verla. Nunca antes. Pero el papel había desaparecido y varias personas -y no personas- pasaban por la mente del rubio como candidatos a haberlos robado.

Se levantó y miró por la ventana para ver varias sombras desaparecer cuando la noche iba cayendo. Tragó saliva, sabía qué tenía que hacer algo rápido, pues no hacerlo podría acarrear consecuencias desastrosas. Agarró una túnica negra de su armario que le cubría el cuerpo entero. Escondió un par de mechones que le caían sobre el rostro -últimamente se había dejado crecer un poco el pelo, aunque a Rose le gustaba- y agarró la varita que reposaba sobre la cómoda. Respiró hondo un par de veces, pues sabía que lo que estaba a punto de hacer podría acabar mal, muy mal. Después desapareció de su habitación.

La gente corría en las calles de Godric's Hollow. Los gritos de los ciudadanos rasgaban el silencio que solía imperar en el pequeño pueblo. Scorpius también corría, aunque lo hacía en contra de la gente. Algunos le gritaban que se diese la vuelta, otros ni siquiera parecían verle. Pronto le llegó el olor a quemado, no quería mirar hacia arriba, aunque podía ver el brillo del fuego sobre el cielo. Se frenó en seco cuando llegó junto a la casa. Un gran agujero hacía en aquel momento las veces de puerta y ese no era el único desperfecto en la estructura del hogar. Varios incendios surgían de diferentes puntos. Por un momento se quedó congelado, no se veía capaz de acercarse más. Tuvo que darse coraje, pensar que era la única manera, que Rose estaba ahí dentro. El mayor reto de toda su vida.

Volvió a correr, esta vez hacia el interior de la casa de los Weasley. El humo no dejaba ver, ni siquiera dejaba respirar. Tuvo que usar un par de hechizos que había aprendido para poder seguir hacia delante. Miraba alrededor, con la cabeza gacha, mientras los mortífagos iban de lado a lado. No podría decir cuántos eran, pero eran más de los que se creía capaz de aguantar. Aún así, no se rendiría.

- ¿Dónde están? - preguntó, con voz fuerte para que no se le reconociese, a un mortífago que pasó a su lado.
- Scabior se está ocupando de los niños. - dijo el hombre. Scorpius no reconoció su voz. - Están en el segundo piso, primera puerta a la derecha. Todavía no encontramos a los traidores de sus padres. Se estarán escondiendo como las ratas que son. - Scorpius podía sentir el odio correr en su interior, se aferró fuerte a su varita y siguió hacia delante antes de hacer cualquier tontería.

Subió de dos en dos los escalones. Seguía escuchando pisadas a la carrera, explosiones, maderas quebrándose... Y frente a él vio la puerta entrecerrada donde debía estar Scabior con Rose y Hugo.

- ...porque vuestros padres nos hicieron daño. Hicieron cosas que no debían. Derrotaron al Señor Oscuro y pensaban que con eso ya está todo hecho. - Scorpius se dedicó a escuchar mientras se acercaba lentamente. Podía escuchar una voz apagada, como si alguien le estuviese tapando la boca a alguien que intentase gritar.

- ¡Expelliarmus! - exclamó entrando en la habitación con la varita apuntando hacia el mortífago, cuya varita salió volando. Scabior intentó recuperar la varita, pero Scorpius fue más rápido y lo derribó con otro hechizo. Miró hacia la izquierda, donde Rose abrazaba a su hermano. Miraba hacia él, sorprendida. Parecía no reconocerle. Mejor por ahora. Tenía que acabar con ese mortífago antes de hacer nada más.

- ¿Quién eres? - gritó, levantándose.
- Estos son míos. - Scorpius intentaba ser autoritario, pero se le notaba su juventud, se le notaba su nerviosismo. - lárgate si no quieres acabar mal.
- ¿Y me vas a obligar tú, niñato? - escupió el mortífago.
- No veo mejor opción por aquí. - otro hechizo salió de la varita de Scorpius, haciendo esta vez que su rival chocase contra la pared, que quedó cubierta de sangre por una herida que le provocó en la parte anterior del cráneo.

Scorpius corrió hacia la varita del mortífago, tomándole en la mano libre, y se acercó a Rose, quitándose por fin la capucha.

- ¡Scorpius! - soltó a Hugo y se levantó para abrazarle fuerte. - Sabía que vendrías. - le susurró, podía escucharla llorar. Era en ese momento cuando estaba soltando toda la tensión que había acumulado.
- Tenemos que salir de aquí. - dijo el chico al separarse. No tenían tiempo que perder.
- ¿Y papá? ¿Y mamá? - a Hugo nunca le había gustado Scorpius, seguramente fuese porque le estaba "quitando" a Rose. Se hizo un silencio incómodo.
- No sé dónde están, no saben dónde están. - dijo Scorpius, recordando lo que le había dicho el mortífago de abajo. - ¿Vuestras varitas?
- El gilipollas ese las rompió. - respondió el pequeño con notable furia en su voz.
- ¡Hugo! - le recriminó ella. Scorpius no pudo hacer otra cosa que sonreír.
- Toma ésta. - puso la varita del mortífago en la mano de Rose. - Y ahora tenemos que ir juntos y atacar en cuanto veamos a alguien. No debemos dudar, sólo podemos atacar. - Scorpius se volvió a poner la capucha. - Ten cuidado... - le susurró a Rose. Casi era un ruego más que un consejo.
- Vamos. - dijo ella, agarrando a su hermano del hombro y apretándole para darle fuerzas.

Primero salió Scorpius, asegurándose de que no había nadie, para que posteriormente saliesen los otros dos.

- Tenemos que buscarles, Scor... - le pidió Rose, poniendo una mano en su cadera. Scorpius sabía que era peligroso, también lo sabía Rose, pero sabían ambos que tampoco tenían otra opción.
- ¡Quietos! - una voz a su derecha, al girarse Scorpius vio una máscara conocida que le hizo dudar un segundo, pero Rose actuó rápido derribando y dejando inconsciente al mortífago.
- ¡Joder! No sé cuántos quedarán. - aunque al principio no parecía que hubiesen ido muchos, pensarían que no necesitaban muchos hombres para esta misión.

Un grito de desesperación, un golpe y una explosión. Todo fue de seguido. Se giró y pudo ver la cara de angustia de los dos. Tuvo que agarrar a Hugo, que estaba a punto de empezar a correr hacia abajo.

- Cuidado. Ahora más que nunca, cuidado. - algo malo ha pasado.

- ¡No está en ningún lado! ¡Sólo estaba él! - al mirar hacia abajo pudo ver un cuerpo en el suelo, se le veía el pelo rojo. Debía ser el padre de Rose y Hugo. Cuatro mortífagos le rodeaban. Estaba claro que no se podía bajar.

- Rose, lo siento... - dijo, sintiendo que se le humedecían los ojos. Sabía que era culpa suya. - Tenemos que irnos, no podemos luchar.
- Pero... - empezó a decir, pero agachó la cabeza. Sabía que Scorpius tenía razón.

- Lo siento. - dijo él, volviendo a abrazarla - De verdad lo siento. - y desaparecieron.

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Relato creado para el concurso de FanFiction de I Solemnly Swear, foro de rol de la Tercera Generación de Harry Potter.

8 de junio de 2014

Viaje en grupo

- ¿Y qué te parece? - preguntó Lyenna apoyando su mano izquierda en la derecha de Shander.
- Es muy... Azul. - respondió él, lo que provocó las risas de la otra chica que les acompañaba.

Margot había sido la mejor amiga de Lyenna desde que ésta podía recordar y, por lo tanto, ahora era parte del grupo de Lyenna y Shander. Tenía un ondulado pelo castaño oscuro, con piel morena y ojos claros.

- Desde luego a ti no te dieron el poder de la palabra acompañando al fuego, eh. - dijo Margot, con gesto burlón, ganándose una mirada de reproche de Lyenna y una de ira de Shander. Margot era una Terra, dominaba la tierra, las plantas. Era algo que siempre había maravillado a Lyenna.
- Joder, Margot, ya has jodido el momento, con lo bonito que les estaba quedando, ¿no te daban ganas de coger un pincel y pintarlos? - añadió Aryon con tono jocoso. Tuvo que esquivar una bola de fuego después de eso.

Lyenna había propuesto unos días atrás viajar todos juntos a la Ciudad del Agua, aprovechando que tenía que ir con su padre a hacer unos papeleos de algo que no quería decir a los demás -pero que todos creían saber-. Pese a haberse ido a Ignia muchos años atrás, todavía poseían una casa en su ciudad natal, ya que su padre solía visitar la ciudad por su trabajo.

- ¿Parte de vuestro plan en este viaje era venir a joderme? - preguntó Shander, que quería hacerse el enfadado, pero una ligera sonrisa que aparecía en sus labios delataba la verdad.
- Oh, sí, todo en nuestra vida gira alrededor de ti, nuestro Señor del Fuego. - respondió Aryon, añadiéndole unas reverencias al final de la frase, reverencias a las que se sumó Margot. Lyenna, por su parte, no pudo evitar reírse.
- ¿Tú también? - le preguntó él, Lyenna se encogió de hombros.
- ¿Qué quieres que te diga? Aryon cuando quiere sabe ser gracioso. - Dice mirando a Shander y señalando al Ventus con el pulgar. - Lástima que sólo lo sea cuando Margot está cerca. - La risa de Shander fue tan automática como el enrojecimiento de la cara de Aryon. Lyenna no solía entrar en estos juegos de coñas sanas entre ellos, pero cuando entraba sabía dónde tocar para quedar por encima. Ni siquiera en esto Lyenna se dejaba ganar.
- Yo no... - Empezó a decir Aryon, visiblemente nervioso. Pocas veces se le veía perder los papeles, pues solía ser bastante calculador y solía ser siempre el que estaba más tranquilo, el que pensaba las cosas, el que mantenía al resto con los pies en la tierra. Por eso los otros tres estaban riéndose en aquel momento, era difícil ver a Aryon bloquearse ante cualquier situación. - Que soy gracioso muchas veces, ¡pregúntale a Shander! - le señaló con la mano.
- A mí no me preguntes. - dijo el pelirrojo, alzando las manos. - No voy a mentir por ti. - se encogió de hombros y rió de forma burlona, cosa que las dos chicas acompañaron.
- ¡Que los Cuatro se os lleven! - exclamó Aryon en voz alta, haciendo que la gente que pasaba junto a ellos por el paseo se girase para ver quién había dicho eso. Cosa que puso a Aryon aún más rojo. Cosa que, a su vez, los otros tres se riesen aún más. Al final, Aryon tampoco pudo hacer otra cosa que reír.
- Si no os quisiese tanto, no sé cómo os soportaría. - Confesó el chico apoyándose en la barandilla junto a Shander. Volvieron a mirar hacia el gran lago que se encontraba frente a ellos. Lyenna y Shander volvieron a darse la vuelta y Margot se colocó junto a Lyenna. Dos grandes amistades que se unieron a través de una tercera para crear un grupo de amigos irrepetible.
- Si no te quisiésemos tanto, - comenzó a decir Shander, agarrando a su amigo por los hombros. - No te haríamos tantas putadas.

5 de junio de 2014

Ni los Cuatro Elementos podrían.

Una gran llamarada avanzaba hacia el rubio cuando un fuerte golpe de viento la desvió. Aryon sonrió mirando a su amigo Shander, le retaba con la mirada. Aryon no estaba muy acostumbrado a pelear, prefería la investigación y la lectura en tranquilidad. Sin embargo, desde que Lyenna se había ido, él se había convertido en su compañero de entrenamiento. Era consciente de que no era tan poderoso como ella, ya que nunca se había puesto a entrenar en serio como hacían Lyenna y Shander, pero se defendía bastante bien de los ataques de su amigo. El fuerte de Aryon siempre fue el saber estudiar a sus contrincantes, ser capaz de saber cómo se movían en pocos minutos y, así, poder prever los ataques del rival.

Shander tampoco estaba en el mejor estado, ya que tenía la cabeza en otro lugar. Desde que Lyenna se fue no podía pensar en otra cosa. Era la vez que más tiempo había estado separado de ella desde que la conoció, era capaz de decir cuánto tiempo había estado fuera, de forma casi obsesiva. Tres meses y doce días, tres meses y doce días sin saber si estaba bien, sin saber qué le estaban haciendo allí y sin saber si el hijo de puta de Shyron le estaba haciendo daño. O algo peor.

Le complicaba mucho la concentración cuando pensaba en ella, más de una vez Aryon aprovechaba eso para atacar y tirar a Shander al suelo, como en aquella ocasión. Después de haber desviado la llamarada del pelirrojo, consiguió lanzar un golpe de viento con la otra mano que derribó a Shander de cara al suelo, después de dar un par de vueltas en el aire. Shander ahogó un grito en la arena antes de darse la vuelta y mirar al cielo.

- Me cago en los Dioses - dijo mirando hacia el cielo - el Fuego no ha estado conmigo esta vez.
- No le eches la culpa al Fuego y ni te atrevas a mencionar al Viento. - le reprochó Aryon acercándose hacia él. - Si no tuvieses la cabeza donde no la tienes que tener, ahora mismo estaría necesitando un poco de agua para quitar quemaduras. - bromeó.
- No me hables de agua, ni de los Aqua, ni del puto gobierno y el ejército. - soltó Shander, escupiendo cada palabra con tono cada vez más cabreado, como cada vez que hablaban de esos temas.
- Tío, ¿sabes todo lo que queda hasta que vuelva? - preguntó el otro - No puedes tirarte un año entero así, pensando en ella en todo momento y dejándome tan fácil que te gane, pensaba que eras un buen luchador. - La mirada asesina que le lanzó Shander le bastó para no seguir por ahí.
- ¿Sabes qué es lo que más me jode?
- ¿Haber sido tú quien la instó a irse? - respondió Aryon con tono de sabelotodo.
- Odio que me conozcas tan bien. - susurra  simulando enfadarse, aunque una sonrisa se muestra en su rostro - Sí, tío, fue la charla conmigo la que la convenció del todo. Podría haberle dicho que se quedase, se hubiese quedado y ahora estaría luchando con ella en vez de contigo. - le miró - Sin ofender.
- No me ofende, tranquilo. - se rió - Entonces, ¿por qué no le dijiste que se quedase?
- No podía, sabía que quería ir. - negó con la cabeza y la agachó, apoyando la frente sobre una de sus rodillas - No me lo hubiese perdonado. - mira a Aryon - además, sabes que no puedo negarle nada. - una sonrisa triste sustituyó a la anterior.
- Eres un puto calzonazos.
- ¡Vete a la mierda! - un grito salió de la boca de Aryon cuando notó que el pelo le empezaba a arder, rápidamente lo apagó con una ráfaga de aire.
- Ahora en serio, hiciste bien, lo que tenías que hacer. - se acercó a Shander y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.
- No lo sé, tío, pero como me entere de que ese Shyron le hace daño o algo... - le agarró la mano y se levantó.
- Sabes que no tienes ninguna posibilidad contra él si se emplea a fondo, ¿no? - le reprochó Aryon.
- Ni los Cuatro Elementos juntos podrían conmigo si le hiciesen daño a Lyenna.

25 de abril de 2014

De padre a hijo

Un gritó surcó la oscuridad de la mansión de los Malfoy. En el suelo del sótano está Scorpius, arrodillado y con la cabeza gacha. Por su espalda desnuda cae una fina línea de sangre que le hace temblar. El calor de la sangre en contacto con el frío que siente en el exterior. El frío del sótano, el frío de ver que es su padre quien le está haciendo eso.

Draco está frente a él con la varita en la mano. La furia y la decepción puede verse en su rostro.

- ¿Cómo te has atrevido? - le dice. El tono es pausado, controlado, pero se nota la decepción. - Después de todo lo que he hecho por ti, después de todo lo que te he dado y me lo pagas así.

Draco había estado atando cabos en los últimos meses. Su hijo había estado escabulléndose, lo había visto espiando a gente y, después de lo del comedor, supo lo que había pasado. Al siguiente día lo arrinconó en uno de los pasillos y se lo llevó a casa. Desde entonces pasaron dos días, dos días en los que Scorpius estuvo encerrado en el sótano recibiendo las visitas de su padre, pero sin recibir más alimento que algo de pan, ni más bebida que algo de agua.

Sin embargo, él no pide nada. Apenas ha dicho cuatro palabras desde que está aquí. Las respuestas las da con afirmaciones y negativas.

En el pecho también se ve una fina línea de la que cayó sangre, ahora seca, justo en mitad del tatuaje de  la llama, la llama de la rebelión.

Scorpius levanta la cabeza, se le ve demacrado, el sudor cae por su frente y tiene varias marcas de golpes. Aún así, le muestra una sonrisa a su padre. Una sonrisa de orgullo, de saber que ha superado a su padre, que ha hecho algo que él no se esperaba y que ha estado un paso por delante de él. Haciéndole frente. No le tiene miedo, ya no teme su ira, sus golpes, ni sus hechizos. Los ha sufrido todos y, pese a todo, sabe que él no le mataría. Eso le ayuda.

- ¿VAS A CONTESTARME? - grita el padre enfurecido, parece que le van a salir llamas de los ojos.
- Sí – dice el hijo, sin añadir nada más
- ¿Sabes en la situación que nos has dejado a tu madre y a mí? ¿Qué vamos a explicar?
- Me importa una mierda – es la frase más larga que ha dicho en los últimos días.

Un rayo rojo ilumina el sótano y Scorpius cae hacia un lado, empezando a sangrar del pómulo derecho. Se apoya en una de las manos y se deja caer hacia atrás. Escupe un poco de sangre que tenía en la boca justo a su derecha, donde está el charco de sangre que había brotado antes de su espalda. Respira con dificultad y mira de reojo a su padre, que se acerca hacia él.

- Eres la vergüenza de esta familia. - dice cogiéndole de la barbilla para levantarle.
- No fui yo el que se cagó cuando tenía que matar a Dumbledore. - el puñetazo hizo que girase la cabeza del dolor. Respiró hondo antes de incorporarse y, usando todas sus fuerzas, darle un cabezazo en la cara a su padre, que cayó escapándosele la varita de la mano. Scorpius saltó hacia donde cayó y llegó antes de su padre. Apenas se sostenía en pie, por lo que tuvo que apoyarse en la pared.
- Al menos sí puedo agradecerte algo, Draco, me enseñaste a pelear en situaciones límite. - y, con un movimiento de varita, desaparece de ahí.

14 de diciembre de 2013

Todo por ella.

- ¿Cuándo vas a admitir que te gusta? - pregunto el rubio muchacho caminando junto a Shander por uno de los callejones de la ciudad. Sua, la Ciudad del Fuego. Era una gran urbe en la que vivían casi dos millones de personas. Las cuatro entradas a la ciudad estaban flanqueadas, a ambos lados de la carretera, por unas grandes columnas inundadas en fuego y en las principales plazas las fuentes no eran de agua, sino del ardiente elemento. Aryon era Ventus, pese a haber nacido en esta ciudad, poder heredado de su madre, que se mudó a Sua en su juventud en busca de trabajo.
- ¿En serio me vas a hablar de eso ahora? Tenemos cosas más importantes en las que pensar. - giró por una esquina evitando esa conversación. Hablaba de Lyenna, la chica del agua, la hija del nuevo marido de su madre. Ella era dos años más joven que él, pero eso no impedía el que le llamase la atención, aunque siempre desviaba la atención de ese tema cuando Aryon u otra persona hablaba de ello, lo último que querría sería formar una fisura en su familia, bastante había sufrido su madre cuando su padre murió... Aryon negó con la cabeza y se rió, siempre se divertía haciendo rabiar al ignis y sabía que el tema de Lyenna era uno de los que más rondaba su cabeza, una de las consecuencias de ser mejores amigos.

Pero era cierto, en aquel día tenían algo más en lo que pensar, tenían otras cosas que hacer. Se dirigían a una zona de las afueras, lejos de los fuegos y de la visión de los secur.

- Sabes lo que tienes que hacer, ¿no? - le preguntó una vez más Shander a su amigo, era la tercera vez que se lo preguntaba en los últimos diez minutos.
- Sí, pero sigo pensando que no deberías hacerlo, recuerda lo que dijo Ly... - y no llegó a terminar la frase, su compañero giró la cabeza y le lanzó una mirada que hizo que se quedase callado... y no hablaron durante el resto del camino.

Las luces de la ciudad no alcanzaban a iluminar el lugar en el que se encontraban, ignoraban lo que ahí iba a pasar. Llegaron junto al claro del bosque, sólo iluminado por la luz de la luna, y se detuvieron.

- Shyron ya está ahí - le susurró al ventus. - No entres si no es necesario, ¿vale? - Aryon asintió y Shander entró en el claro del bosque mirando directamente hacia Shyron.

- Ya pensé que no vendrías. - dijo el del pelo oscuro, su voz era igual que su gesto, pura arrogancia, pura altanería. - Espero que hayas venido solo, tal y como quedamos, sería muy triste que Lyenna tuviese que salvarte... - Shyron mostró una sonrisa intentando provocar a Shander - ...otra vez.

Sin opción a otra palabra Shander atacó. El claro se iluminó por la potencia de la bola de fuego que había salido de la mano del ignis, pero Shyron la esquivó con facilidad. De nuevo esa risa socarrona que enervaba a Shander.

Shyron hizo aparecer su espada en su mano, esquivaba los ataques del pelirrojo con agilidad y atacaba con fuerza, en más de una ocasión lo hirió, se notaba que era uno de los guardias privados de los gobernantes de Elementia.

Shander sintió entonces un golpe en la parte de atrás de su cabeza y cayó al suelo de cara, se mordió el labio con la caída y notaba el sabor de la sangre en su boca. Giró sobre sí mismo para ponerse boca arriba antes de ver que otro hombre caía sobre él con intención de golpear su rostro. El hombre había puesto su rodilla sobre el pecho del ignis y éste apenas podía respirar, pero se protegió con ambos brazos para no salir demasiado mal parado.

Llegaron un par de golpes, pero rápidamente aquello paró, al igual que la presión sobre su pecho. Cuando apartó los brazos y abrió los ojos, Shander vio como el hombre volaba sobre él y, al mirar hacia el otro lado del claro, vio como Aryon tenía una mano estirada hacia delante, mantenía el viento en un mismo punto para hacer que el hombre volase.

- ¡Dijiste que vendrías solo! - gritó Shyron, enfadado.
- Tú dijiste lo mismo - dijo Shander, ahora era él quien sonreía. Aryon movió de nuevo su brazo y lanzó al hombre sobre Shyron, que no tuvo tiempo de esquivarlo. El hombre estaba inconsciente.

Shander sacó otra bola de fuego en su mano y se acercó a Shyron.

- Como vuelvas a acercarte a Lyenna no saldrás tan bien parado... - al chico le costaba respirar y sufría con cada bocanada de aire que intentaba tomar. - Y esto queda como aviso. - Lanzó la bola de fuego a la entrepierna de Shyron y se marchó dándoles la espalda.

- Ya hemos terminado aquí - le dijo a Aryon cuando llegó a su lado.
- Estás herido - le dijo él.
- ¡Estoy bien! - replicó el ignis.
- Vamos con Lyenna. - Shander no dijo que no a eso.

Cinco minutos después, cuando estaban entrando en la ciudad, empezó a sentir el dolor que no había sentido antes por la adrenalina. Sí que necesitaba llegar con Lyenna.

Basado en personajes de un futuro foro, podéis leer una no intencionada secuela a esto en Bitacoreantes.

20 de abril de 2013

Lo que quiero...


- ¡Jon! – oigo a mi espalda. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y me giro para mirarla. Pone un mechón de su rojizo pelo tras su oreja con su mano de blanquecina piel. Sus verdes ojos vuelven a dejarme sin palabras y su olor, dulce, me embelesa en el momento en que me abraza y me da dos besos. Cierro los ojos y me imagino otra escena, un lugar en el que los dos estamos solos, un lugar donde no hay coches, edificios o gente alrededor. Árboles, pájaros que cantan y el resto… El resto es silencio. Me imagino acariciando su rostro, diciéndole lo que siento, apartando yo el mechón de pelo que le cae sobre el rostro y dejándolo tras su oreja.

Hace ya meses que la conozco, meses desde aquella primera vez en la que me vio en Facebook y me agregó pensando que podría tener un nuevo amigo. Pronto conectamos, desde entonces hemos hablado casi cada día, me ha contado todos sus problemas, le he ayudado a solucionarlos siempre que he podido. He estado enamorado de ella casi desde el principio de nuestra amistad, es una chica preciosa con una personalidad que no he encontrado en nadie más. Es cariñosa sin excesos, es comprensiva con sus compañeros y amistades y… huele muy bien.

Muchas veces me he imaginado confesándole mis sentimientos, diciéndole que la quiero y que me gustaría estar con ella, pero tengo miedo. Me aterra pensar que si le digo eso se esfume todo lo que tenemos, me aterra pensar que tal vez pueda asustarse al saber la verdad y que deje de hablarme.

Sé que es una estupidez pensar eso, si realmente me quiere como amigo lo debería entender y deberíamos seguir siendo amigos como lo hemos sido hasta ahora, nada debería cambiar entre nosotros si nuestra amistad es real, pero ese miedo sigue dentro de mí y no puedo evitarlo, es superior a mí. 

- ¿Te pasa algo, Jon? Te veo muy pensativo. – dice ella mirándome de reojo y me vuelve a sonreír. Llevamos ya un rato paseando por Bilbao y charlando de cosas sin sentido, bromeando. Relajados. Es un juego que siempre hacemos, no tenemos siempre charlas serias. Nos gusta decir tonterías, reírnos de cualquier cosa y mirarnos a los ojos. Bueno, eso es algo que me gusta hacer a mí, no sé si es recíproco.

Después de un rato paseando nos sentamos en uno de los bancos del paseo de la ría, la gente pasa alrededor sin mirar a ningún lado, cada uno parece vivir sin pensar en lo que tiene alrededor, parecen evadidos de la realidad, evadidos de lo que les rodea. Lanzo un sonoro suspiro, más audible de lo que hubiese esperado y ella se gira para mirarme.

- ¿Estás bien? – me quedo mirándola a los ojos, sus ojos que siempre me relajan y ahora me están poniendo más nervioso. Mis palabras quieren salir.

- ¿Sabes qué es lo que quiero? – pregunto yo como respuesta. Ella me mira expectante. – Quiero besarte.

21 de marzo de 2013

Pase lo que pase... (Inspirado en El Príncipe, de Saurom)



Nueve de la noche, el viento se mueve helador en la ciudad de Madrid. Lucía camina con prisa por la calle, acortando para llegar lo más pronto posible a su casa, han pasado ya dos horas desde que ha salido de trabajar. Sus compañeros le habían propuesto ir a tomar algo a un bar cercano a la oficina. En un principio se había negado argumentando que su marido estaría esperándola en casa, que sus hijos aguardaban para cenar, pero finalmente consiguieron convencerla.

Sabe que ha cometido un error, su obligación es volver a casa con su familia en cuanto sale del trabajo, no tiene tiempo para entretenerse con tonterías. Lo ha pasado bien, claro que lo ha pasado bien, pero ha tenido en todo momento ese sentimiento de culpabilidad inherente a la situación en la que se encontraba, esa sensación provocada por lo que él le había dicho durante los años que llevaban juntos…

Tiembla. Tiene miedo cuando introduce la llave en la cerradura de la puerta de su hogar, sabe que su marido está al otro lado esperándola, puede ver en su mente su gesto serio y autoritario. Traga saliva antes de abrir la puerta y entrar en casa.

- ¿Te parece normal llegar a estas horas? – pregunta él en cuanto cierra la puerta, notablemente enfadado. Está parado frente a la puerta, con los brazos cruzados en el pecho y un gesto que da miedo con solo mirarlo.
- Isma, por favor… Son sólo las nueve… - responde ella con voz débil y apagada, sin ninguna confianza. Hace tiempo que la perdió.
- Sólo son las nueve – repite Ismael de forma burlona – encima intentas justificarte… ¡Debería darte vergüenza! – niega con la cabeza con notable decepción – He tenido que hacerles yo la cena a los niños, ¿acaso eso está bien? Yo preocupándome por esta familia mientras tú estás de fiesta con tus amigos… - en ese momento suelta la mano impactando contra la mejilla de ella.

Lucía siente su mejilla arder, las lágrimas quieren escapar de sus ojos, pero intenta reprimirlas para que él no la vea llorar.

- Sabes que lo mereces, eres una irresponsable – argumenta Ismael. – Con todo lo que hago yo por ti, doy mi vida por ti y por los niños… y me lo pagas así. Debería irme… Coger a los niños y largarme para siempre.
- No, mis hijos no…
-Ah, ¿ahora piensas en ellos? – pregunta tras soltar una risa irónica – sabes que no me gusta pegarte, no quiero hacerlo… Pero no me dejas otra opción, cariño, si fueses un poco más responsable… - dice acariciándola – No hay nadie que te quiera más que yo, Lucía, ni lo habrá… Pase lo que pase… Recuérdalo…